Cuando me
miras me estremezco, y es que es como un pequeño terremoto que ocurre en mi corazón,
late rápido y se pone nervioso. Luego viene la tormenta, cuando recuerdo que te
alejaste hace mucho y estoy lejos de volver a tenerte.
Llueve,
llueve en lo más profundo de mi alma, procuro que el río no se desborde y mis lágrimas
salgan. No quiero que me veas débil, pues siempre quise ser fuerte para ti. Luego,
trago el nudo que se ha formado en mi garganta, que cada vez aprieta y aprieta
más hasta quebrarme la voz.
Y me sonríes,
¿no te das cuenta de todo lo que pasa dentro de mí?
Empieza a
florecer una esperanza. La esperanza de que me digas, “vamos a intentarlo una
vez más”, luego me abraces y yo disfrutar de tu aroma que siempre me llenaba y
me hacía sonreír, hablo de aquellos abrazos que terminaban con un beso en la
frente, eran mis favoritos. Pero, yo sé que sólo es eso, una esperanza… Y es ahí
cuando todo se apaga dentro de mí y mis lágrimas amenazan con salir.
Entonces me
saludas y me preguntas cómo estoy, mi sonrisa forzada no me delata. Y con una última
punzada en el pecho, te respondo: “Bien”.
Es así.
Todos los días.
Desde que
te fuiste.